Mientras estaba creciendo la posibilidad de quedarme atendiendo la casa y los hijos nunca fue algo que consideré, deseé o fue motivado por mis padres.

Esta posibilidad era tan remota y tan desmotivada por mi familia que recuerdo una vez, debía tener entre 21 y 23 años, tenía como 5 años de noviazgo con Christian y le dije a mi papá que ya quería casarme; la respuesta de mi papá fue la siguiente: ¿Para qué quieres casarte tan joven? Es mejor casarse después y que tengas posibilidad de seguir adelante sola si pasa cualquier cosa. Lo que significa que tuviera trabajo y tuviera dinero en caso de divorcio, básicamente.

Nótese que mi mamá tenía 22 años cuando se casó con mi papá y él es alguien que jamás consideraría divorciarse.

Crecí en la época de la power woman y mi mamá fue una power woman en su propio derecho.

Mi mamá estudio química orgánica en la Universidad Estatal de Moscú; saliendo de la universidad ya tenía una pasantía para realizar doctorado en un laboratorio estatal cerrado. Al ella casarse con mi papá, que era extranjero, no le permitieron realizar la pasantía.

Con este cambio de planes decidieron venir para acá, sin dinero y sin planes.

Mis padres no tenían nada cuando llegaron a RD. Mi papá hizo diversos trabajos e inclusive intentaron vender cloro puerta a puerta, hasta que finalmente él consiguió un trabajo estable.

Cuando yo tenía 2 años mi mamá finalmente consiguió un trabajo en una compañía en la que se quedó por muchos años y escaló hasta llegar a una posición de dirección.

Así que, para mí, quedarse en la casa era sinónimo de prisión y de esclavitud.

Al mismo tiempo a medida que me iba convirtiendo en adulto y ya había trabajado en algunos sitios comencé a sentir que trabajar, sobre todo para otro, no era lo mío.

No me gustaba mucho la carrera que había elegido, así que comencé la búsqueda de mi “propósito”.

Para hacerles el cuento corto, nunca encontré mi propósito. Por lo menos no uno en el que quisiera matarme trabajando para ganar dinero.

Terminé trabajando el área de RRHH (entre otras cosas) en la compañía de mis padres y, a decir verdad, aunque tenía muchas ventajas aquí, el trabajo de oficina se me hacía opresivo.

Aun así, trabajé desde el 2014 hasta la plandemia del 2020 en esta posición.

Realmente Christian y yo necesitábamos ese ingreso y los beneficios de trabajar con mi familia, pues todavía Christian no ganaba suficiente para sostener los gastos fijos de la casa.

Ahora, la pregunta es ¿Llega el momento en el que es suficiente?

En la sociedad en la que vivimos, cuyo propósito es crear consumidores y personas a las que cobrarles impuestos, NO, nunca llega el momento en el que cualquier salario, por más alto que sea, es suficiente.

Con el nacimiento de Simón vinieron nuevos retos para mí. En mi cabeza yo tenía una idea clara de cómo quería criar y sabía que mandar a Simón al colegio no estaba en ese plan y mucho menos él siendo pequeño.

A pesar de lo difícil que fue el posparto y quedarme sola con el bebé todo el día cuando Christian iba a trabajar, mientras más se acercaba la fecha de volver al trabajo, mas aprehensión sentía y cuando lo pensaba me daban ganas de ponerme a llorar.

Como quiera, poco a poco comencé a reintegrarme, porque era necesario.

Tenía una pelea constante en mi mente y en mi corazón. No había puesto a Simón en la guardería, así que los días que iba a la oficina, Christian iba a con Simón al trabajo dónde, por alguna razón, se lo permitieron.

Un día, hablando con mi mamá, en la hora del almuerzo le conté como me sentía. Ella me dijo que cogiera unas semanas más de “licencia” y así lo hice.

Luego llegamos a un acuerdo de cómo íbamos a manejar mi trabajo en la oficina: No iba todos los días, hacía trabajo desde casa y había días en que iba con Simón, otros días iba medio tiempo y Christian se llevaba a Simón al trabajo.

Y así nos mantuvimos hasta que comenzó la plandemia en el 2020.

Durante ese tiempo yo sabía que, tarde o temprano, tenía que dejar el trabajo de la oficina sí o sí.

Luego vino la plandemia y, realmente, al principio yo estaba secretamente feliz. No tenía que ir a la oficina, Christian trabajaba desde casa y podíamos pasar mucho tiempo juntos y atender nuestro hogar.

Obvio que, con el tiempo todas las restricciones y la merma de una entrada de dinero, hicieron que la cosa se pusiera pesada.

Igualmente, la plandemia fue una revolución para nosotros.

En el medio de la misma, nos mudamos más cerca de mi familia porque íbamos a tener nuestro segundo bebé y yo, que recordaba lo difícil que había sido el primer posparto, no quería pasar por lo mismo.

Luego de que nació el bebé nos encontramos en una encrucijada.

Un tiempo antes ya Christian había tenido que volver a trabajar a la oficina y luego de que nació el bebé, cuando se terminaron sus vacaciones, yo no estaba preparada para que el regresara a trabajar.

También, aunque para ese tiempo la empresa de mis padres aún no había re abierto, yo decidí que no iba a volver a trabajar, y es que la necesidad de quedarme la sentía desde lo más profundo de mis entrañas.

Además sabía que con 2 niños lo que estábamos haciendo antes no iba a funcionar.

Y en ese momento fue que decidimos que Christian iba a dejar su trabajo que le aseguraba un salario a final de mes y que intentaria hacer freelance.

Y con esta decisión tuvimos que ejercitar la fe ciega y completa.

Durante los primeros meses Christian tenía trabajo freelance que nos permitió pagar los gastos básicos. Pero, como es el freelance, para noviembre/diciembre entramos en unos meses difíciles.

La verdad es que yo no sé cómo sobrevivimos diciembre 2020 y el inicio del 2021, porque no teníamos ni para pagar el alquiler.

Pero en febrero del 2021 Christian consiguió trabajo remoto con una compañía extrajera, con un salario que da para cubrir gastos fijos mensuales y comenzamos a recuperarnos.

Con mucha ayuda de mi familia, de la mamá de Christian y de amigos, hemos logrado ir construyendo la vida que queremos y que no sabíamos que queríamos.

Esto era un sueño escondido.

Y en todo este proceso yo veo la mano de Dios en cada momento.

Dios enseñándome las cosas que yo no quería.

Dios hablándome al oído a través de las emociones y del constante sentimiento depresivo que sentía teniendo que ir a trabajar.

Dios permitiendo que yo tuviera todas las ventajas posibles para poder estar con Simón la mayor cantidad de tiempo mientras aun trabajaba.

Dios metiendo mano para que Simón fuera, no solamente aceptado, sino amado en el trabajo de Christian.

Dios haciendo que el freelance funcionara por un par de meses, permitiendo que salieramos de un momento en que no teníamos nada sanos y salvos y, cerrando con broche de oro, permitiendo que Christian consiguiera trabajo fijo remoto, mas otras entradas en freelance cuando es necesario.

¿Es fácil quedarse en casa? NO ¿Christian gana todos los cuartos del mundo más 20 pesos? NO

Vivimos bastante limitados, tenemos que decidir con cuidado en que y cuando gastamos, no podemos comer fuera todos los fines de semana, a veces necesitamos ayuda, no tomamos vacaciones finas y distinguidas, casi todos los juguetes y las ropas de nuestros hijos son regalos de los abuelos y tíos.

Pero ¿saben qué? Esto no lo cambiaría por nada.

Esta es una vida privilegiada y me enseña cuanto, cuanto, cuanto necesito de otras personas para vivir.

Yo sé que no todo el mundo tiene los privilegios que yo tenía en mi trabajo, pero también sé que es totalmente posible vivir con menos dinero del que creemos que necesitamos y que, la mayoría de los gastos que creemos que son necesarios, realmente son superfluos y son necesidades creadas para mantenernos como un hámster en una ruedita, siempre corriendo sin ningún destino.

A mí me tomo muchos años, muchos golpes y muchos tiempos depresivos cambiar de mentalidad y espero que esta historia inspire a alguien a finalmente dar el salto y comenzar a vivir la vida que no sabía que soñaba.

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